Habla con un ritmo formal, muy marcado, quizá aprehendido de sus 34 años de servicio en el Ejército español, pero relata su vida con el detalle de quien tuvo que vivirla a fuego y, además, en silencio por su condición de militar.
"El 30 de septiembre de 1936, a las diez de la noche, llegaron a mi casa con engaños y se llevaron a mi madre, que era maestra republicana. Dijeron que había que ir a León a un juicio contra Millán, que era otro maestro joven al que ya habían matado por estar afiliado. En el coche iba el otro maestro del pueblo. Recuerdo que mi madre dijo "¡esperad, que tengo que ir a por dinero!" y su compañero le contestó: "No vayas María, donde vamos no te va a hacer falta".
Laurentino Blanco, 92 años, ha sido sargento, teniente capitán y comandante del Ejército español hasta 1978, cuando se jubiló. "Pero me pidieron que me quedara hasta 1986". Desde esa noche fatídica de 1936, su día a día se alejó de ideologías, de partidos, de opciones excepto la necesidad de supervivencia como idea de vida.
'Preferí aguantar y callar'
Por eso entró en el ejército y por eso calló una de las historias que más le sangraban por dentro hasta 1975: "Conté a mis compañeros que habían matado a mi madre y que no sabía dónde estaba enterrada después de 1975. Preferí aguantar y callar, hablarlo con la familia. El sufrimiento fue tremendo, pero al mismo tiempo la alegría de poder encontrar sus restos fue enorme".
María de los Desamparados Blanco, maestra de profesión, sin afiliación política declarada, -"nada más que votó al entonces ministro de Educación, Marcelino Domingo, porque les subió el sueldo y pasaron de ser maestros muertos de hambre a maestros con un medio de vida"-, perdió la vida en un campo a pocos kilómetros de su casa, en Burón (León).
La enterraron junto al maestro que iba en el coche con ella y no le dijeron ni a la familia ni a nadie dónde estaba ni si estaba viva o muerta. Un legado de preguntas sin respuestas hasta hace una década. "Lo primero, después de tantos años, eran mis hijos y mi mujer. Ella sí lo sabía y me quiso como era".
'Estuve 30 minutos llorando'
Setenta y tres años después del inicio de la pesadilla, en agosto de 2009, Laurentino recibió una llamada de la Asociación de Recuperación Memoria Histórica: "Mi madre estaba en Larios, a pocos kilómetros del pueblo donde vivíamos. Nosotros siempre lo supimos pero cuando el secretario de la asociación me llamó y me dijo que si queríamos sacarla de la fosa, nadie puede imaginarse el gran golpe que me dio la noticia. Después de colgar, estuve 30 minutos llorando como un descosido".
Recuerda fechas, momentos, nombres y personajes como si estuviera leyendo un informe ‘vital’: "Los días 27, 28, 29 y 30 de septiembre de 2009, la sacaron. Llevaron los dos restos, el del maestro y el de mi madre, al laboratorio de Ponferrada. El de mi madre, que estaba encima, se mantuvo un poco. Yo vi los huesos blanqueados. Cómo los limpiaban, el cariño de los chicos era tremendo. Les dijimos que queríamos quemarlos y mi hijo se llevó las cenizas a Oviedo. El 6 de diciembre, murió mi mujer y también se llevó las cenizas".
Sólo explota contenidamente cuando tiene que hablar de quienes siempre han estado callados: "¿Por qué tienen que ser los de un bando los que han tenido el derecho a sacarlos y homenajearlos? Ahora quieren seguir maltratando a los que han tenido familias abandonadas. Por lo menos, dejar que se levante y se vea dónde están, por lo menos el ansia de querer hacer algo con ellos. Es un derecho humano. Eso no lo pueden negar nada más que los animales y los gamberros".
Para romper algunos clichés, lo dice un hombre que no ha hecho apología política de nada y que luchó codo con codo con quienes se erigieron vencedores. "Mi padre fue militar. Murió en el Desastre de Annual, junto al General Silvestre y yo me eduqué en un colegio para huérfanos militares, con cariño al Ejército. Intenté entrar en la escuela de oficiales y una vez me echaron por un informe que decía que era hijo de maestra represaliada en la lucha contra el marxismo. En aquella época era un pecado y me echaron. La segunda vez tuve la picardía de decir que era de León y como no podían pedir informes a la zona 'roja' salí de sargento".
En la División Azul
Laurentino hizo la guerra, luchó en la División Azul, pero nunca pudo quitarse de la cabeza ese 30 de septiembre de 1936. "Fui varias veces al lugar donde creía que estaba mi madre. Una de ellas, al venir de la División, cogí un taxi con una bomba de piña en un lado y una parabellum en otro. Me presenté en la cafetería del pueblo dispuesto a hacer una tontería, pero el taxista me salvó".
Y la memoria de muchos fue la que salvó a su madre. "El sitio concreto de la fosa lo supimos gracias al nieto de Agustín, el propietario del ultramarinos del pueblo que era muy amigos de mi familia. Su abuelo le repetía siempre: 'Hijo, hay que sacar a ésos de ahí, hay que sacarlos'".
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