Ada Fernández fue una de las niñas evacuadas a Rusia durante la Guerra Civil española. Asegura que los rusos los trataron con mimo, pero que regresó a España con sus hijos porque "la tierra tira
L.C., S/C de Tenerife
Ada Fernández tenía cinco años cuando partió a Rusia. Transcurría el año 1937 y era una de los niños que fueron evacuados de España durante la Guerra Civil. Iba con sus hermanos y primas y un fotógrafo la captó, pequeña, vestida de blanco y con algo en su brazo.
"Años después le pregunté a mi prima qué es lo que llevaba. Me explicó que el abuelo me dio un paquete de pan y me dijo: "Toma, nietina, por si acaso pasas hambre".
Ada Fernández, nacida en Gijón, huérfana de padres, pasó toda su infancia y juventud en Rusia. Primero en San Petersburgo y, después, en Siberia. Explica que les cambiaron de ubicación para que los alemanes no pudieran capturar a estos niños, que ya venían huyendo de los horrores de la guerra desde España. Tardaron seis días en tren en llegar a Siberia y un tiempo que le es imposible de recordar en alcanzar el nuevo orfanato, en la ciudad de Pushkin.
Sobre sus progenitores sólo sabe que su padre era de Málaga y su madre asturiana, pero desconoce qué les ocurrió ni dónde se encuentran sus restos. "Era muy pequeña y cuando regresamos a España ya los abuelos, que eran los que nos podían haber contado, habían fallecido", explica.
De los rusos, Ada habla maravillas. Que los trataban muy bien, que les renovaban el vestuario con frecuencia, que a ellos nos les faltaba de nada... De hecho, explica que ella tuvo una especie de familia de acogida rusa. Todos los sábados por la mañana la recogían y del orfanato y pasaba el fin de semana con ellos. "Me dieron posibilidades. Estudié música gracias a esa familia", asegura, mientras recuerda las riñas de su profesor de piano, que le reprochaba su poco gusto por el solfeo.
Ada explica que los españoles disponían incluso de una casa de recreo cerca de un lago de la que podían disfrutar de manera gratuita en sus vacaciones.
El agradecimiento de Ada por el pueblo ruso trató de mostrarlo cuando regresó a España. En 1971 comenzó a trabajar en la Clínica Quibey (hoy Hospiten Rambla), donde se ofrecía para traducir a cualquier paciente de habla rusa.
Además, también prestaba su colaboración altruista a la Policía, que la llamaba para hacer de traductora cuando tenían un detenido ruso o que podía conocer el idioma (como polacos y húngaros). Esta ayuda le fue reconocida por la Policía, que años más tarde le entregó una placa por su servicio desinteresado.
Así, Ada no olvidó el idioma en el que creció y ha mantenido también vivos los recuerdos de esa buena época en el entonces país comunista.
La vuelta a España, sin embargo, no fue fácil. "Se pensaban que veníamos de Rusia millonarios, pero no veníamos millonarios, veníamos con estudios", detalla.
Además, en Asturias "no había trabajo", por lo que en 1971 se trasladó con sus hijos a Tenerife, donde permanecen hasta el día de hoy.
En algunas ocasiones, ser una niña de la guerra, haberse criado en Rusia, le trajo algunos inconvenientes. Ada menciona que en Tenerife solicitó una casa en numerosas ocasiones al gobernador pero que le fue denegada en todas las ocasiones.
También recuerda que cuando iba a Asturias a visitar a sus primas siempre recibía una llamada de la Policía, que la llamaba a sus dependencias para interrogarla. "Me preguntaban tonterías: que si los rusos nos pegaban, que si nos daban de comer..." Ni entonces ni ahora tiene nada malo que decir de Rusia, el país en el que se crió y que acogió a tantos niños españoles. Aún hoy guarda esos recuerdos en un lugar privilegiado.
http://www.eldia.es/2010-10-03/SOCIEDAD/5-memoria-nina-guerra.htm
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