Crónica histórica
Julio Castelo huyó a los montes de Guitiriz en 1936, fue capturado y condenado a pena perpetua a cumplir en el campo de concentración del Fuerte San Cristóbal del que escapó.
Xosé Carreira
Lugo, La Voz de Galicia, 25/7/2010
La recuperación de la memoria histórica permite descubrir vidas sorprendentes, hasta ahora desconocidas, de personajes que, por sus ideas, sufrieron con dureza la represión franquista. Este es el caso de Julio Castelo, un vecino de Mariz, en Guitiriz, que increíblemente no acabó enterrado en una fosa o en una cuneta como otros miles de personas. Comenzó de fuxido por los montes de la parroquia, pero esa fuga no fue nada comparada con la que protagonizó de la cárcel pamplonesa de Ezkaba junto a otros 800 reclusos. Se salvó por lo menos en dos ocasiones de ser paseado. Después de haber superado todo tipo de calamidades y volver a su tierra donde formó una familia, el corazón no le perdonó la vida. Un ataque se lo llevó en una cama del Hospital Xeral de Lugo un día de 1984 cuando solo tenía 70 años.
Anxo Castelo, uno de sus nietos, se ocupa de recopilar toda la historia de Julio. Tiene entre manos una tarea emocionante porque su abuelo hizo frente con valentía a una vida durísima y en lucha permanente en defensa de sus ideas. Su nieto es quien posibilita, ahora, recuperar la memoria de este singular personaje chairego.
Julio Castelo nació en 1916 en Mariz. Fue hijo del que era por aquel entonces cura de la parroquia. «Naquela época ser fillo de nai solteira e ter como pai ao cura, supoño que foron conferindo unha personalidade especial ao meu avó», recordó Anxo.
A los pocos meses de nacer, su madre rehízo su vida casándose con un hombre. A raíz del matrimonio, dicen en la parroquia, que se desentendió de su pequeño. Julio tuvo que ser criado por unos primos. Su madre organizó su vida dejándolo al margen.
Cuenta su nieto, por los datos que recabó, que el padre de Julio -el cura de Mariz- iba de vez en cuando a la escuela, lo cogía en el colo y le daba dos reales. Incluso en algún momento el sacerdote llegó a entregar una cantidad considerable para la manutención y emancipación del chaval, pero parece que no llegó a recibir ni un patacón. Se cuenta también que el párroco llegó a intentar dejarle en herencia la rectoral de Mariz, pero tal planteamiento parece que llegó a generar un escándalo de padre y señor nuestro entre los curas del arciprestazgo. Al final, no pudo ser.
Las ideas comunistas de Julio lo obligaron, con veinte años, a refugiarse en los montes de la parroquia cuando estalló la guerra del 36. Echó algún tiempo fugado pero él y sus colegas de huida fueron delatados por un chivato.
Salvado en el paredón
Tras la captura de los huidos hubo una orden para el fusilamiento de todos. Cuando las ejecuciones estaban a punto, se presentó un cura para darles la bendición y al acercarse a Julio, pidió a los responsables del paseo que no lo mataran. Su padre había intercedido por él. Cuando abandonaba la fila ve como los disparos acaban con la vida de sus compañeros. Pasado el tiempo, Castelo dijo varias veces a sus dos hijos y a su esposa: «Non me mataron por ser fillo dun cura».
Julio se salvó de las balas, pero no tardó en ser condenado en A Coruña por un tribunal a una pena de cadena perpetua: 30 años de cárcel. ¿El motivo? Una acusación de rebelión militar, según se refleja en los documentos que maneja su nieto. Esta condena supuso que lo metieran, junto con otros muchos, en un tren con un negro destino: el campo de concentración establecido en el fuerte de San Cristóbal, en el monte de Ezkaba. El ingreso, junto con otros 22 gallegos, se produjo en la jornada del 8 de febrero de 1937.
http://www.lavozdegalicia.es/lugo/2010/07/25/0003_8629696.htm
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