para DIME/AREMEHISA
Foto: Antonio M. Palma
MANUEL J. ALBERT, Córdoba
El 24 de julio de 1936, un mes antes de cumplir 34 años, el mulero Antonio Manuel Palma fue muerto a tiros mientras recogía agua de una fuente, en un camino cerca de Aguilar de la Frontera (Córdoba). Acababa de comenzar la guerra civil y Palma fue la segunda persona asesinada por los sublevados en su pueblo. 74 años después, se ha convertido en el primer represaliado republicano cuyo cadáver ha sido identificado, en la campaña de extracción de cuerpos de varias fosas comunes del cementerio de Aguilar. Se han rescatado otros 52 cuerpos que, almacenados dentro de cajas en un depósito, esperan a que se les devuelvan sus nombres.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera (Aremehisa) inició los trabajos de excavación en mayo. Contaba con el permiso y apoyo del Ayuntamiento (PSOE) después de que la jueza de Aguilar archivase la petición de abrir las sepulturas pero diese vía libre para que la asociación se pudiese acoger a las subvenciones de la Ley de Memoria Histórica. El Ministerio de la Presidencia aportó finalmente 49.000 euros.
Los familiares contaban con testimonios orales que indicaban la presencia de fosas comunes en el cementerio. Aunque la pista más importante para saber dónde comenzar a trabajar fue el registro del cementerio en el que se indicaban qué fosas habían sido ocupadas, por orden de la autoridad militar, para depositar a las personas a las que se les había aplicado el bando de guerra de agosto del 36. Un eufemismo para referirse a los fusilamientos sin juicio.
En los 90 días de trabajo que llevan, los técnicos contratados por Aremehisa han abierto seis fosas, donde han encontrado a las cinco decenas de cadáveres, con signos claros de haber sido ejecutados: manos atadas con alambres, orificios por arma de fuego en el cráneo, así como balas y casquillos. Estos últimos son especialmente valiosos para reconstruir los hechos.
La munición empleada da pistas a los investigadores sobre quiénes eran los que apretaban el gatillo. “Hemos encontrado balas, casquillos y cartuchos del tipo que empleaba el Ejército o la Guardia Civil, como los Mauser. Pero también otros más raros. Por ejemplo, un cartucho adaptado para ser disparado por un fusil Winchester, americano. Se trata de armas poco comunes, más de coleccionista”, advierte Rafael Espino, presidente de Aremehisa. Ello indicaría que en la represión participaron no solmente fuerzas del Ejército, Falange o Carlistas (con fuerte presencia en la zona), sino también personas bien situadas, con acceso a armas más caras y exóticas.
Las víctimas fueron arrojadas en nichos de ladrillos abiertos en el suelo del cementerio. Estos espacios -de 2,20 metros de largo 60 centímetros de ancho y tres metros de profundidad cada uno- todavía quedaban libres después de ser habilitados en el año 29, cuando se creó el camposanto. Allí apiñaron los cadáveres hasta que no cabían más. En otros casos, por encima de los fusilados, volvieron a enterrarse a personas de manera legal a las que se identificó con una lápida.
“Los asesinos simplemente aprovechan lo que tienen más a mano. Cuando se llenaba el cuartelillo, traían aquí a los detenidos, los ponían de rodillas al borde de la fosa, disparaban y los tiraban como si tal cosa”, explica junto a uno de las sepulturas Rafael Espino, presidente de Aremehisa. A casi tres metros por debajo de él, asoman los huesos de varios cadáveres. En otro punto del cementerio, se quiere abrir otras fosas, donde se han encontrado evidencia de fusilamientos (casquillos y munición de diverso calibre). Allí, en largas zanjas, se entremezclaron a las víctimas del terror con otros vecinos fallecidos de muerte natural.
En total, Aremehisa calcula que hubo 196 republicanos fusilados durante la guerra en Aguilar, que entonces contaba con unos 13.000 habitantes. La asociación tiene registrados asesinados de entre 17 y 72 años, la inmensa mayoría hombres, aunque también hay cinco mujeres (dos de ellas muertas por un bombardeo aéreos franquista). “También se mató a gente de otros municipios. Y hubo vecinos fusilados en diversos pueblos y en la capital, Córdoba”, dice Espino. Asociaciones como Aremehisa esperan que el Ayuntamiento de Córdoba (gobernado por IU y PSOE) permita de una vez la apertura de las fosas del cementerio de la Salud, donde se cree que se enterraron a centenares de fusilados durante la represión franquista. Paradójicamente, el Consistorio de Málaga, regido por el PP, sí dio licencia y financiación para que se desenterrasen a los asesinados en el cementerio de San Rafael.
El segundo asesinado, el primer identificadoM. J. A., Córdoba
Los restos del mulero Antonio Manuel Palma ha recuperado su nombre. Sus familiares ya saben dónde dejar flores para él. Han tardado 74 años pero ya pueden completar su duelo. Palma murió el 24 de julio, seis días después del golpe. Eran días de confusión. En Aguilar, tras un primer momento en el que parece que el comandante de la Guardia Civil no se alinea con los sublevados, finalmente vence la rebelión. Pero nadie suponía que aquello iba a derivar inmediatamente en una matanza.
A pesar de que el 22 de julio ya se produjo la primera aplicación del bando de guerra en Aguilar con el asesinato de Antonio Onieva Plaza, el mulero Palma no temía por su vida. Él era un veterano de la guerra de Marruecos, donde había prestado el servicio militar. De vuelta a España, reanudó su oficio de mulero y simpatizó con las ideas de izquierdas. De hecho, en su gremio existía un sindicato socialista.
Pero su confianza no estaba justificada. Rafael Espino, presidente de Aremehisa reconstruye el día de su muerte. “Antonio Manuel fue con otros compañeros a recoger agua a una fuente, cerca del pueblo. Oyeron el sonido de un camión acercarse y todos decidieron esconderse por precaución, excepto Antonio Manuel. Al paso del vehículo le dispararon sin ni siquiera frenar. Al parecer eran carlistas y falangistas”, cuenta Espino.
Según el mismo relatos, los compañeros de Palma escondieron su cadáver bajo una higuera y lo abandonaron allí, sin saber qué hacer. Dos días después, la familia se atrevió finalmente a recuperar sus restos a los que dieron sepultura en el cementerio de Aguilar.
Así pues, la fosa de Palma estaba identificada pero, en la misma, se arrojaron otros cadáveres de víctimas de la guerra. Por ello, al abrir la tumba ha habido que hacer uso de los análisis de ADN. Tras contrastar su perfil con el de una sobrina se ha podido descubrir finalmente qué huesos correspondían a Antonio Manuel Palma.
Foto: Antonio M. Palma
MANUEL J. ALBERT, Córdoba
El 24 de julio de 1936, un mes antes de cumplir 34 años, el mulero Antonio Manuel Palma fue muerto a tiros mientras recogía agua de una fuente, en un camino cerca de Aguilar de la Frontera (Córdoba). Acababa de comenzar la guerra civil y Palma fue la segunda persona asesinada por los sublevados en su pueblo. 74 años después, se ha convertido en el primer represaliado republicano cuyo cadáver ha sido identificado, en la campaña de extracción de cuerpos de varias fosas comunes del cementerio de Aguilar. Se han rescatado otros 52 cuerpos que, almacenados dentro de cajas en un depósito, esperan a que se les devuelvan sus nombres.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera (Aremehisa) inició los trabajos de excavación en mayo. Contaba con el permiso y apoyo del Ayuntamiento (PSOE) después de que la jueza de Aguilar archivase la petición de abrir las sepulturas pero diese vía libre para que la asociación se pudiese acoger a las subvenciones de la Ley de Memoria Histórica. El Ministerio de la Presidencia aportó finalmente 49.000 euros.
Los familiares contaban con testimonios orales que indicaban la presencia de fosas comunes en el cementerio. Aunque la pista más importante para saber dónde comenzar a trabajar fue el registro del cementerio en el que se indicaban qué fosas habían sido ocupadas, por orden de la autoridad militar, para depositar a las personas a las que se les había aplicado el bando de guerra de agosto del 36. Un eufemismo para referirse a los fusilamientos sin juicio.
En los 90 días de trabajo que llevan, los técnicos contratados por Aremehisa han abierto seis fosas, donde han encontrado a las cinco decenas de cadáveres, con signos claros de haber sido ejecutados: manos atadas con alambres, orificios por arma de fuego en el cráneo, así como balas y casquillos. Estos últimos son especialmente valiosos para reconstruir los hechos.
La munición empleada da pistas a los investigadores sobre quiénes eran los que apretaban el gatillo. “Hemos encontrado balas, casquillos y cartuchos del tipo que empleaba el Ejército o la Guardia Civil, como los Mauser. Pero también otros más raros. Por ejemplo, un cartucho adaptado para ser disparado por un fusil Winchester, americano. Se trata de armas poco comunes, más de coleccionista”, advierte Rafael Espino, presidente de Aremehisa. Ello indicaría que en la represión participaron no solmente fuerzas del Ejército, Falange o Carlistas (con fuerte presencia en la zona), sino también personas bien situadas, con acceso a armas más caras y exóticas.
Las víctimas fueron arrojadas en nichos de ladrillos abiertos en el suelo del cementerio. Estos espacios -de 2,20 metros de largo 60 centímetros de ancho y tres metros de profundidad cada uno- todavía quedaban libres después de ser habilitados en el año 29, cuando se creó el camposanto. Allí apiñaron los cadáveres hasta que no cabían más. En otros casos, por encima de los fusilados, volvieron a enterrarse a personas de manera legal a las que se identificó con una lápida.
“Los asesinos simplemente aprovechan lo que tienen más a mano. Cuando se llenaba el cuartelillo, traían aquí a los detenidos, los ponían de rodillas al borde de la fosa, disparaban y los tiraban como si tal cosa”, explica junto a uno de las sepulturas Rafael Espino, presidente de Aremehisa. A casi tres metros por debajo de él, asoman los huesos de varios cadáveres. En otro punto del cementerio, se quiere abrir otras fosas, donde se han encontrado evidencia de fusilamientos (casquillos y munición de diverso calibre). Allí, en largas zanjas, se entremezclaron a las víctimas del terror con otros vecinos fallecidos de muerte natural.
En total, Aremehisa calcula que hubo 196 republicanos fusilados durante la guerra en Aguilar, que entonces contaba con unos 13.000 habitantes. La asociación tiene registrados asesinados de entre 17 y 72 años, la inmensa mayoría hombres, aunque también hay cinco mujeres (dos de ellas muertas por un bombardeo aéreos franquista). “También se mató a gente de otros municipios. Y hubo vecinos fusilados en diversos pueblos y en la capital, Córdoba”, dice Espino. Asociaciones como Aremehisa esperan que el Ayuntamiento de Córdoba (gobernado por IU y PSOE) permita de una vez la apertura de las fosas del cementerio de la Salud, donde se cree que se enterraron a centenares de fusilados durante la represión franquista. Paradójicamente, el Consistorio de Málaga, regido por el PP, sí dio licencia y financiación para que se desenterrasen a los asesinados en el cementerio de San Rafael.
El segundo asesinado, el primer identificadoM. J. A., Córdoba
Los restos del mulero Antonio Manuel Palma ha recuperado su nombre. Sus familiares ya saben dónde dejar flores para él. Han tardado 74 años pero ya pueden completar su duelo. Palma murió el 24 de julio, seis días después del golpe. Eran días de confusión. En Aguilar, tras un primer momento en el que parece que el comandante de la Guardia Civil no se alinea con los sublevados, finalmente vence la rebelión. Pero nadie suponía que aquello iba a derivar inmediatamente en una matanza.
A pesar de que el 22 de julio ya se produjo la primera aplicación del bando de guerra en Aguilar con el asesinato de Antonio Onieva Plaza, el mulero Palma no temía por su vida. Él era un veterano de la guerra de Marruecos, donde había prestado el servicio militar. De vuelta a España, reanudó su oficio de mulero y simpatizó con las ideas de izquierdas. De hecho, en su gremio existía un sindicato socialista.
Pero su confianza no estaba justificada. Rafael Espino, presidente de Aremehisa reconstruye el día de su muerte. “Antonio Manuel fue con otros compañeros a recoger agua a una fuente, cerca del pueblo. Oyeron el sonido de un camión acercarse y todos decidieron esconderse por precaución, excepto Antonio Manuel. Al paso del vehículo le dispararon sin ni siquiera frenar. Al parecer eran carlistas y falangistas”, cuenta Espino.
Según el mismo relatos, los compañeros de Palma escondieron su cadáver bajo una higuera y lo abandonaron allí, sin saber qué hacer. Dos días después, la familia se atrevió finalmente a recuperar sus restos a los que dieron sepultura en el cementerio de Aguilar.
Así pues, la fosa de Palma estaba identificada pero, en la misma, se arrojaron otros cadáveres de víctimas de la guerra. Por ello, al abrir la tumba ha habido que hacer uso de los análisis de ADN. Tras contrastar su perfil con el de una sobrina se ha podido descubrir finalmente qué huesos correspondían a Antonio Manuel Palma.
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