El pueblo zaragozano de Magallón entierra a 81 represaliados del franquismo que yacían en una fosa común
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"Sé el nombre y los apellidos de los hombres y las mujeres que vinieron a buscar a mi bisabuelo para quemarlo en la plaza del pueblo, pero no me importa. No me han educado en el rencor".Óscar Montorio forma parte de la cuarta generación de descendientes de represaliados durante los primeros años de la Guerra Civil.
Tiene 34 años y es el regidor socialista de Ambel, un municipio de alrededor de 200 habitantes situado bajo las faldas del Moncayo, en la provincia de Zaragoza. Hoy enterró "con dignidad" a su bisabuelo Mariano Morte Candado, que también formó parte de la corporación municipal de su pueblo en los años previos a la sublevación franquista.
Su bisabuelo luchó para que se aumentara el jornal de los agricultores y para que hubiera agua corriente en el pueblo. Óscar trabaja ahora para que "todos" los vecinos de Ambel, incluidos los verdugos de su bisabuelo, vivan "lo mejor posible". "Soy el alcalde y también tengo que velar por ellos, para que tengan una vejez digna", asevera con convicción.
El pueblo aragonés de Magallón, situado al oeste de la comunidad, vivió una jornada de emociones y "recogida alegría" marcada por la reparación de las víctimas del franquismo. En un panteón del cementerio del municipio descansan los restos de 79 hombres y dos mujeres de varias localidades próximas, asesinados en los primeros meses de la Guerra Civil. Uno de los momentos más emotivos de la jornada fue la entrada al cementerio de los féretros de los 81 fusilados en manos de sus familiares.
Los trabajos de exhumación comenzaron en febrero de 2009
Hasta 2009 los cuerpos de esas 81 personas yacían en una fosa que comenzó a exhumar el equipo de la sociedad científica Aranzadi en febrero de ese mismo año. A pesar de que mayoría de los esqueletos estaban en "buen estado", los trabajos de identificación, principalmente debido a la falta de presupuesto, no han sido fáciles. El equipo del profesor Luis Ríos, biólogo de la Autónoma de Madrid, ha conseguido identificar a 25 personas desde febrero de 2010, pero todavía quedan entre 10 y 15 familias sin identificación.
El forense Paco Etxeberria, que lleva 10 años abriendo fosas, ha exhumado, junto a su equipo, alrededor de 5.000 cuerpos de represaliados del franquismo. Bajo su dirección estuvo también la exhumación de la fosa de Magallón.
"Nunca encontraremos a los 120.000 desaparecidos, pero este es un acto simbólico en el que unos represaliados representan a otros", apuntó en una intervención muy aplaudida por los asistentes. Etxeberria destacó además el creciente apoyo institucional que tiene la causa de la reparación de la memoria colectiva. El acto contó con la presencia de representantes de las administraciones local, provincial, autonómica y central.
El momento más emotivo fue la entrada de los féretros al cementerio
Olga Alcega comenzó a mediados de los años setenta a buscar a su abuelo Antonio Alcega, que era cartero en Bureta (Zaragoza) cuando fue asesinado. Ahora forma parte de la Asociación de Familiares y Amigos de los Asesinados y Enterrados en Magallón (AFAAEM) y su empeño, junto al de otros familiares de fusilados, posibilitó la "recuperación de la dignidad" para las 81 personas que fueron enterradas en Magallón. En un discurso que acabó implorando a que "nunca más, y para nadie" se produzcan "aquellos horrores", Alcega aludió a los nietos como "la primera generación de descendientes de los represaliados que no tiene miedo".
Isidro Torres vivió un momento distinto. Él pertenece a la generación de los hijos de los fusilados por la barbarie franquista. Nació en Magallón seis días antes de que fusilaran a su padre, Isidro Torres Navarro, que fue asesinado cuando tenía 28 años. Viajó a Magallón a comprar vino para una taberna que regentaba la familia en Cortes (Navarra) y nunca más volvieron a verlo.
Desde que comenzaron los trabajos de exhumación Isidro no dejó ni un día de ir a la fosa. "Me parecía que iba a reconocer a mi padre", explica con emoción. Hoy es un día de alegría, pero Isidro, que trabajó como agricultor y después como albañil, recuerda con tristeza lo difícil que resultó salir adelante junto a su madre (tenía otro hermano al que cuidaron los abuelos). "De pequeño tuve que pedir limosna, mi madre cosía y lavaba ropa, si hubiera vivido mi padre podría incluso haber estudiado como han hecho mis hijos".
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