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Lunes, 29 de Marzo de 2010
Lejos de investigar los numerosos casos de abusos sexuales, Benedicto XVI rechaza las informaciones y se defiende diciendo que son "murmuraciones". La credibilidad del Vaticano está en juego una vez más
La publicación de nuevos casos de abusos sexuales a niños cometidos presuntamente por sacerdotes católicos ha generado en el Vaticano una reacción de autodefensa. Lejos de recibir las denuncias (que llegan de diferentes países) con cautela y anunciar la puesta en marcha de una investigación, la curia romana se atrinchera tras los gruesos muros de la plaza de San Pedro y emite mensajes de tono exculpador ("el que esté libre de pecado que tire la primera piedra") o por boca de Benedicto XVI califica las informaciones de "murmuraciones". Las "murmuraciones", como dice el Papa, son mas propias de corrillos en atrio de Iglesia; de lo que se está hablando ahora son de denuncias consistentes, con nombres y apellidos, fechas y detalles concisos. No mucho más de los datos publicados en 2004, una recopilación que señalaba que unos 4.300 sacerdotes católicos estaban implicados en presuntos casos de abuso sexual en Estados Unidos desde 1950. Eso ya era un escándalo. La estrategia adoptada ahora por algunos rectores de la Iglesia -no por todos, porque ni todos son pederastas, ni todos dicen amén a las palabras de Ratzinger- es la de denunciar una campaña mediática de descrédito hacia a los sacerdotes. Es falso; en la difusión de nuevos casos, además de señalar a los presuntos implicados y a quienes han dado cobertura, lo que se censura es el silencio cómplice de la Iglesia en cualquiera de sus manifestaciones. Silencio al tolerar, que es lo que al parecer hizo el ex fiscal del ex Santo Oficio Charles J. Scicluna con un pederasta al que no procesó. Silencio al encubrir, como Ratzinger cuando era prefecto del Santo Oficio y recibió documentación sobre los abusos a doscientos menores en Estados Unidos. Silencio por abandonar a las víctimas, no ocuparse de ellas, permitirles vivir con el lastre de lo que para muchas, por educación religiosa, era también una grave mancha de pecado. Silencio al encubrir, en suma, a los presuntos culpables bajo la táctica de un cambio de localidad, que ha sido práctica habitual. Haría bien Benedicto XVI en escuchar el consejo del portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, quien entendió que para "la credibilidad" de la Iglesia es fundamental la forma como afronte esta secuencia de escándalos. Y por lo que parece, Benedicto XVI cree que infalibilidad y credibilidad le vienen dadas por el cargo.
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